¿Por qué tendemos a pensar que lo nuestro es lo mejor? ¿Creemos acaso que nuestra forma de mirar el mundo es la única existente? ¿O resulta que la parte del mundo que habitamos es la dueña y señora de la razón?
Dejemos de creernos los mandamáses del mundo. Ni es la única forma ni es la más valida, es una más. Procuremos grabar a fuego estas palabras en los muros de nuestra mente que nos impide ver más allá, o mejor, que cada uno destruya su parte de muralla mental... se abrirá ante

nosotros un abanico de colores con el que dibujar imágenes inimaginables.
Destruyamos nuestras barreras, nuestras limitaciones... escuchemos al resto. Démosle la palabra a tantos y tantos pueblos sin voz.
Dejemos de invadir tierras lejanas con nuestros pensamientos, de llenar lugares de buenas intenciones impregnadas de nuestra vanidad.
Sí, no puedo negar que es buena idea (más bien un deber) echar un cable a aquellos pueblos pisoteados por nuestros antepasados, pero no vayamos nosotros con nuestros zapatitos a imponer nuestra mirada. Las buenas intenciones que nosotros llevamos en la mochila de cooperación en demasiadas ocasiones solo sirven para agredir sus paisajes, sus vidas ... y para fracasar. Ayudar no es tirar por tierra sus modelos locales.
No regalemos elefantes blancos... preciosos pero inútiles y a los que, para colmo, hay que alimentar.
Es más útil un saco de semillas... de esas que florecen y se arraigan a las tierras... de esas que alimentan y ayudan de verdad.